David Flores / el Diario Cristiano
Vas manejando a tu casa un viernes por la tarde. Cansado de la jornada y agotado mentalmente por los pendientes que deberás resolver la otra semana.
Por la radio escuchas la música que más te gusta. En los anuncios una noticia perdida revela que un virus ha surgido en la China y hay varios fallecidos.
La música sigue saliendo de las bocinas de tu auto. Y a tu lado varios vehículos con música estridente. Jóvenes y viejos comiendo y bebiendo licor. Otros haciendo escándalo en la entrada de las discotecas.
Los centros comerciales abarrotados. Las luces de las pantallas de los anuncios en la carretera iluminan las calles. La gente haciendo compras. Caras alegres. Los niños saltando en la acera. Los novios abrazados en la esquina.
Parece Navidad, pero es un día normal, la única diferencia es que es viernes. El bullicio se desvanecerá, como siempre, hasta la madrugada del siguiente día como siempre sucede.
Al llegar a tu casa abrazas a tu hijo, y le das un beso a tu esposa. Por fin. Llegó el fin de semana para estar con ellos todo el día.
Unos pastelitos que llevaste le ponen broche de oro a la cena. Ves una película para niños muy divertida. Al final del viernes todos quedan dormidos.
El sábado tu hijo te despierta a ti y a tu esposa. Da brincos en la cama porque sabe que ese día le prometiste ir al zoológico.
Fue un día magnifico. El mejor de todos. Tu hijo, tu esposa, y tú, gozaron cada uno de los momentos que pasaron juntos.
Pero el fin de semana no ha terminado, el domingo temprano a la iglesia, y luego a comer lo más preferido de tu pequeño.
¿Qué más puedes pedir? Tu esposa, tú y tu hijo gozan cada minuto en familia. Tu pequeño apenas tiene cinco años pero cada día es más inteligente, cada día crece un poquito más. Es el corazón de tu hogar.
Llega el lunes y regresas al trabajo. Pones la radio, y hay noticias. Se informa que el virus que se había anunciado el viernes, que había afectado a la China, ahora ya se ha extendido a Francia, España e Inglaterra.
La peor noticia es que muchos infectados viajaron el fin de semana hacia Estados Unidos, Guatemala y otros a la Argentina. El virus se extendió a toda América.
Es un virus que afecta las vías respiratorias. Viaja en el aire y tiene un período de incubación de 3 horas. En cuestión de 5 horas los infectados mueren. No hay cura. No hay vacuna.
Los infectados al toser esparcen el virus. Miles están muriendo en Europa, Asia, Oceanía, África y ahora en América.
Debes regresar a casa porque se ha prohibido la circulación de gente. Hay conmoción. Varias personas caen tiradas al suelo y tiemblan. Podría ser el virus que ha llegado.
Llegas a tu casa y todos están preocupados. En la televisión se pide seguir medidas de total confinamiento. Y se ha solicitado a toda la población hacerse un examen de sangre para buscar el antídoto del virus.
¿Por qué razón buscan en la sangre de la gente? No se sabe. Los científicos solo creen que más de alguien en el mundo podría tener el anticuerpo contra el virus.
Pasan por tu casa y se llevan las muestras. En la televisión siguen las noticias. Hay gran tristeza en todo el mundo por los fallecidos que se cuentan por miles y miles. Muchos son enterrados en fosas comunes. En los países más pobres los incineran.
Cuarenta y ocho horas más tarde tocan a la puerta de tu casa. Llegan médicos y especialistas virólogos. Te hablan acerca de las pruebas.
Te dicen que sí. Que encontraron un anticuerpo que salvará a la humanidad. Y te explican que necesitan la sangre de tu hijo.
Te pones nervioso, pues no entiendes lo que sucede. Pero no te dan tiempo de hablar. Te piden lleves a tu hijo urgentemente al hospital.
Tu pequeño te pregunta:
-¿Qué pasa papa? ¡Por qué me llevan!
No sabes cómo decirle que su sangre tiene el antídoto.
Le respondes que tienen que ir al hospital para dar más muestras de sangre. Que es importante para salvar a los infectados.
-¡Tengo miedo papa!, te dice tu hijo casi llorando.
Lo abrazas, y le prometes que nada le va a pasar. Que tú estarás con él. Tu esposa cae en shock y llora sin parar. Se llevan a tu hijo. Debes correr y te subes a la ambulancia con él.
Mientras vas con tu hijo en la ambulancia las calles lucen desiertas, ni un alma se mueve. Todo está cerrado. Solo las luces de los semáforos cambian de rojo al verde sin dar vía a nadie.
Allí mismo, te acuerdas el día en que nació tu hijo. Todo pasa tan rápido. Vas recordando la primera vez que le viste. Era tan pequeño, sus ojitos limpios y santos te acariciaron por primera vez.
Él te abraza fuerte, y la ambulancia sigue ruidosa y a toda velocidad hacia el hospital.
Le ves abrazado a ti, y recuerdas sus cumpleaños, y las veces que se cayó y lloró. Las veces que le curaste una herida. Y mientras recuerdas sientes que le amas con toda tu alma.
Por fin llegan al hospital. Los médicos salen apresurados y se lo llevan. No te dejan pasar. Tu hijo te dice llorando:
-¡Papa no me dejes!
No puedes hacer nada. En breves segundos se lo llevaron.
Luego de unos minutos todos los médicos salen dando gritos de alegría. La sangre es el antídoto que se necesita contra el virus. Ellos son los primeros en ponerse la vacuna.
Ya no te dejan pasar. No hay nada que puedas hacer. Pasan las horas y por último sale un médico que parece ser el director del hospital.
Se acerca a ti, con cara arrugada y te dice:
-Su hijo murió.
No. No sabes qué hacer ni qué decir. Solo te quedas en silencio y cada segundo que pasa agoniza tu alma. Se acaban las palabras y se cierra tu garganta. Y las lágrimas inundan tu rostro.
Mientras tanto, el médico te dice que la sangre de tu hijo fue utilizada para hacer grandes cantidades de antídoto que se ha sido enviado a Asa, África, Oceanía, Europa, y que ahora mismo se están inyectando millones alrededor del mundo con la sangre de tu hijo.
Los noticieros estallan con la noticia. Pronto la vacuna se repartió en cada país, y cada ser humano viviente se puso la vacuna que llevaba el anticuerpo de la sangre de tu pequeño hijo.
Pasan ocho días y nadie se acuerda de tu hijo.
Todo es alegría en el mundo, pasa un mes y la gente ya olvidó el virus y vuelve nuevamente a la “normalidad”, unos están bebiendo licor y comiendo, y otros casándose y dando en casamiento.
Todos se olvidaron quién les dio una oportunidad más para vivir.
- La anterior es una anécdota un poco parecida a lo que actualmente se vive en el mundo pero el único objetivo es hacerte ver que un día todos fuimos contagiados con el pecado, pero Dios envió a su Hijo Unigénito a dar toda su sangre para salvarte y darte vida eterna. El nombre del Hijo de Dios es CRISTO JESÚS. No desperdicies tú también esta nueva oportunidad de vida que Dios te dio por medio del derramamiento de la sangre de CRISTO JESÚS. Dobla tus rodillas, dale gracias y pon a tu familia en sus preciosas manos. Cree en el SEÑOR JESÚS y serás salvo tú y tu casa.