David Flores / el Diario Cristiano
Un hombre ateo siempre renegó la existencia de Dios porque argumentaba que no podía creer en un Dios invisible, y, por lo tanto, si él no lo podía ver significada que Dios no existe.
Cuando llegó la emergencia por la pandemia del Coronavirus, más conocido como Covid-19, el hombre de inmediato se rehusó a creer porque era algo que no podía ver.
Criticaba al gobierno por el confinamiento que se había decretado y juzgaba mal a la gente que prefería no salir de sus casas.
Cuando veía a alguien en la calle con tapabocas lanzaba maldiciones. Se ponía furioso si alguien se alejaba de él para sostener una conversación.
–¡El Coronavirus no existe! –exclamaba.
Cuando salía a la calle a menudo se quitaba la mascarilla, sacaba un cigarrillo y fumaba en la vía pública exhalando el humo pestilente que llegaba a la cara de la gente que realizaba sus compras. Nunca tomó medias para evitar contagiarse.
Un día se encontró con un amigo y le saludó:
–Hola. ¿Cómo te va?
–Hola, yo muy bien. Aquí enfrentando este terrible virus –contestó el amigo.
El hombre le respondió:
–¡Ya te lavaron el cerebro! ¡El coronavirus no existe!
El amigo quedó atónito por los comentarios del hombre. “¿Será que estará bromeando?”, se peguntaba.
–¿Por qué piensas que no existe? –inquirió el amigo.
A lo que el hombre le respondió:
–¡Porque no lo veo! Es un invento.
El amigo se despidió del hombre y le aconsejó que utilizara su mascarilla. Antes de marcharse le hizo u comentario final:
–¿Oye, y si estás equivocado? ¿Y si, sí existe? ¿Qué vas a hacer?
El hombre se encolerizó y no le contestó; se fue rápidamente del lugar dejando a su amigo con la palabra en la boca.
Este hombre no podía creer que existiera algo que viajara en el aire o en las gotas invisibles que salen de la boca al hablar, y menos creía que alguien podría contagiar a una persona por fumar.
No podía creer que el humo que ingresaba a sus pulmones podía salir infectado con el Coronavirus y si otra persona lo inhalaba prácticamente estaba expuesta a esta peste.
Este hombre vivía solo con su madre. Ella tenía dolencias cardíacas y debido a la peste tenía miedo de salir a la calle.
A sus 72 años ella nunca había vivido algo igual. Para ella esta emergencia era algo parecido a una guerra mundial, como si hubieran dejado caer una bomba atómica y todos nos estuviéramos cuidando de la radiación.
Cuando ella era adolescente quedó embarazada y fue abandonada. Luchó duro para darle de comer ese pequeño bebé que hoy es un hombre que no puede perdonar a su padre y no quiere jamás conocerlo. Pero ella lo ama mucho.
Una noche la mamá del hombre se quedó dormida en su viejo sillón. Parecía cansada, muy agotada. Cabeceaba constantemente y decía tener frío.
Él llevó una manta para abrigarla. Pero ella temblaba de frío. Era raro porque estaban en pleno verano.
En la madrugada se escuchó que algo cayó al suelo y se quebró. Era un vaso de vidrio que se rompió en mil pedazos.
El hombre corrió al cuarto de su mamá y la encontró en el suelo. Su cara estaba pegada al piso. Algo le pasaba.
¡Le faltaba el aire!
Pensando que tenía algo atorado en su garganta el hombre la llevó de emergencia al hospital. Los médicos la atendieron inmediatamente.
Pasado un tiempo, un doctor salió y le dijo:
–Su mamá tiene Coronavirus.
El hombre se quedó estupefacto y le dijo al médico que no era posible. Además, “desde hace dos meses ella no sale de la casa”.
El doctor le pidió colaboración al hombre para que se hiciera la prueba del Coronavirus. La prueba resultó positiva. El hombre era asintomático y contagió a su madre y quién sabe a cuántos más cada vez que fumaba o andaba sin protección en la calle.
Dos días después, la madre del hombre falleció.
*Esta anécdota se hace realidad hoy. Hijos que andan enfiestados luego contagian a sus padres o abuelos. Algunos podrían verse reflejados como el necio de esta historia. No creen que exista el Coronavirus, pero el virus allí anda acechando. Otros se verían reflejados por negar a Dios. Pero DIOS sí existe, es un PADRE bueno, y nos ama, un día se hizo carne y vino a este mundo. Su nombre es JESÚS de Nazaret, y vino a salvarnos de nuestra inmundicia y de nuestros pecados. Cree en el Señor JESUCRISTO y serás salvo tú y tu casa.